Hay tanta desgracia. Convivimos con la tristeza en los lugares más insólitos, incluso admirando un paisaje podemos encontrar cierta desazón. Tenemos infinidad de sueños y, a algunos de nosotros, sólo se nos dan dos.
Nuestra autoestima sube y baja, se empina y cae como ave cazadora. Y así vamos boyando alrededor de alguna esperanza que nace con pocas chances de realizarse.
Pero. Hay otros momentos, quizás imperceptibles para el ojo poco obervador, en los que se nos manifiesta algo indeterminado pero que nos llena de gozo. Se calma el galope del corazón, se equilibra el curso de la sangre y uno encuentra algo así como su centro, como un lugar de firmeza y de seguridad.
Un amanecer, un ocaso, un hornero, una flor, una nube, una sonrisa, una cervez fría, momentos solitarios en los que uno se encuentra con todo. O, en otras ocasiones, compañías silenciosas que comparten nuestro disfrute y acarician la misma sensación.
La felicidad no puede ser otra cosa, no puede ser más que conocer la posibilidad de regocijarse en ese instante. Y esos instantes están ahí cerquita nomás.
Yo tengo la teoría de que el centro se va moviendo; no puede ser que nunca lo encontremos..
ResponderBorrar