lunes

A la madre que la parió

La Diosa y Ramiro se encuentran en la calle. Ella lleva su vestido floreado de siempre. Ramiro se pone nervioso siempre que la encuentra porque la Diosa nunca dice más de lo necesario y él se queda con muchas preguntas sin responder.
Ramiro es un entusiasta, una especie de diletante que ama la observación y el conocimiento profundo de todo fenómeno.
Para la Diosa, hace años que Ramiro es tan sólo un iniciado. Por lo tanto, no merece todas las respuestas.
Caminan juntos entre un sinfín de personas que no les prestan atención.
Ramiro ya no tiene ganas de insistir y Ella se da cuenta. Quiere convencerlo de que guarda algún secreto, de que su hermetismo es una mina de oro.
Ramiro divaga, la cabeza gacha. Sus pasos se van haciendo más lentos y, sin embargo, la sigue como un perro.
A las pocas cuadras, se apodera de él una rabia inexorable y, con una bravura desconocida para su espíritu tímido, la toma del brazo: "Perdóneme, sin ánimos de ofenderla, ¡por qué no se va a la madre que la parió!".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.