¿Cuántas veces tendría que haber huido y quedé tarada?
Tengo la voluntad enclenque y el culo ensillado.
Y los brazos
más largos que las piernas.
Me doy un baño de inmersión en el mundo
y se me arrugan tanto los dedos que no siento la piel ajena.
Y el agua está tan fría que merma en seguida
la envidia de pene.
Concibo tanto desprecio en mi vientre fértil
que quito el tapón
y el mundo lánguidamente se desagota.
Debería escapar de la estulticia ajena.
Si con la propia existo a duras penas,
anclada a la bañera.
No sé hacia dónde hay que correr.
Cierro los ojos. Miro hacia dentro.
Veo todo negro.
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Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.