Teníamos un sistema precario de convivencia. Realmente, no había tal cosa. Mediaba entre los dos una necesidad ingente de paz. La única opción era no molestarse. Ella deseaba más que nada ser feliz y yo buscaba, impaciente, la felicidad. No generábamos discordias infructuosas, no exigíamos el tiempo del otro.
Y, con el paso de los días, la relación se emparejó. Y la pareja se transformó en un amor sin huella. Y del amor a la compañía inexorable.
La necesidad vital de rozarla en las noches. La necesidad imperiosa de buscarle las manos entre la gente. De chocar mi mirada con la de ella para sentir que alguien me reconcía y deseaba mis propios anhelos.
Ni pasión letal, ni brusco enamoramiento; sino un amor tenue, paciente, cual pájaro carpintero, y perdónenme la comparación.
Este es el escrito que más me gustó, de los tres que leí.
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