jueves

A Horace Fernández (fallecido en noviembre de 2007)

Los monstruos que te circundan, débiles, apestados, que no tuvieron miedo de vivir, te temen.
Sospechan su propia ruina en tus pómulos prominentes y tu cuerpo esmirriado.
La hemoglobina desteñida y la sangre de los reyes te pintan la cara.
Es la peste que carga el arma de la muerte.
Es el último período de tu vida humana, tu vejez de juventud vulnerada.
Fue el amor desmedido, el azúcar de felices bacanales.
Hoy es rictus lo que ayer satisfecha risotada-
Adiós, Horace, volveré mañana
a contemplar el lóbrego islote en el que habitas,
a descubrir en tus pupilas un tímido relámpago,
a engatusar tu miedo con inmundos engaños
a persuadirme de que son útiles mi presencia y mis manos.

1 comentario:

  1. todos sufrimos. y todos nos sentimos un poco inútiles al verlo. pero hay que pensar que era la única manera para que alcanzara la paz.

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Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.