domingo

A resguardo, entre tus brazos.

Mi cuerpo se extravía, ebrio,
preso de una turbación inexplicable.
Deseo definirlo, pero no bastan las palabras.
Entonces, rendida, me abandono
a mi pena sin esperanzas
y busco el gozo primitivo
de sentirte dominando mis venas.
Acuno mi dolor entre tus brazos,
como un ángel torturado que agoniza.
Al sentirme cerca tuyo, retirada
de esta tierra incierta y turbia,
mi fuerza se reaviva.
Y ya sin temor entrego mi mirada
a la delicadeza de tus ojos.

¡Qué insólita y fascinante delicia
sentirse acariciada por tus manos!
No sé adónde voy, ni lo que hago
y me olvido de todo admirándote.

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Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.