sábado

Desequilibrado

Llueve, sale el sol, garúa finito, se mantiene nublado y amenazante. Cualquier cosa que se consulte indica lo mismo: inestable. Con estas vacilaciones, difícilmente un ser humano pueda tomar una determinación.

Kandinski se dirige al trabajo, abre su paraguas negro en la puerta de su casa. Todavía no llueve pero es un hombre muy precavido. A la cuadra y media, le cae encima un vendaval. El viento huracanado le da vuelta el paraguas. Así se moja todo el torso, desde la cabeza. Y Kandinski putea, por lo bajo, porque es un hombre muy educado.
El charco de la esquina es víctima de la rueda iracunda de un auto que, en lugar de frenar, acelera. Las gotas del bache le dan de lleno a Kandinski en el pantalón hasta la altura de la bragueta. ¡Mirá que llegar al trabajo en esas condiciones! Tiene que volver a su casa, porque es un hombre pulcro y le da vergüenza su facha.
Para esta altura son las nueve y lleva media hora de retraso. Después de cambiarse el saco, el pantalón, la camisa, la corbata y las medias (porque, si bien las otras no estaban mojadas, violaban el compossé), agarra veinte pesos para el taxi, ya que, como Kandinski es un hombre responsable, no puede demorarse aún más.
Parado en la esquina del baño de barro, le levanta el brazo con apremio al primer coche libre que pasa. Se sube y ordena la dirección.
Kandinski no conoce las manos y contramanos, por lo tanto acepta la sugerencia que el chofer le hace, además de tratarse de un hombre sumamente respetuoso del conocimiento ajeno. De esta manera, conoce, de los cien barrios porteños, cada uno de los sitios de interés y, por el tour, finiquita sus veinte pesos. Como no se trata de un hombre al que le gusten los conflictos y, en general, acepta lo que venga, se baja del automóvil sin chistar.
El retraso le causa con el gerente una disputa en la que Kandinski no participa. Oye los reproches y las recomendaciones con el rabo entre las piernas (y mordiéndose la lengua para no ponerse colorado).
Sale del trabajo, más tarde de lo acostumbrado. El sol de las cinco de la tarde raja la tierra. Sólo cuenta con ochenta centavos, que no le sirven porque el bondi aumentó la semana pasada. Así que Kandinski debe cargar con el paraguas, la gabardina, el saco y el pulóver.
Al verlo llegar, la vecina, que tiene por costumbre vivir en la vereda, le comenta como al pasar: "Usted sí que está loco. ¡Con el calor que hace, salir tan abrigado!"
Y la verdad es que nadie puede culpar a Kandinski de la flor de piña que le propinó a la vieja en medio del semblante; Kandinski nunca fue un tipo violento ni es misógino.
La culpa la tiene el tiempo que anda desequilibrado.

1 comentario:

Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.