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Nosotros, los representantes
Soy consumidora de diversos servicios, pago por ellos. Servicios que deseo hasta que ya no me son útiles. Es mi derecho cancelar la prestación cuando ya no me satisface. Así que me cansé del servicio de televisión por cable e internet de una empresa cualquiera y decidí darlo de baja. Busqué la boleta, anoté el número. En la boleta aclaraba contundentemente que la baja debía ser dada en los primeros quince días del mes. Todo parecía estar en regla.
Después de marcar cada uno de los números que se correspondían con mi necesidad y de escuchar una melodía que a los dos segundos me resultó odiosa, logré comunicarme. El "representante" que me atendió con mucha amabilidad, Daniel o Lucas, qué más da, me sugirió que reflexionara acerca de mi requerimiento, ofreciéndome un sinfín de planes y ofertas, innecesarios dada mi férrea voluntad de terminar la relación comercial que me unía con la empresa de mierda. Ante las reiteradas negativas, el "representante", de cuyo nombre no logro acordarme, me indicó que debía transferirme con otro "representante" del área encargada de convencerme de no dar de baja. En esos largos minutos en los que volví a enfrentarme con la musiquita, mi imaginación recreó la desesperación de todo un plantel de “representantes” ante la presencia de un ser indeseado que no requería más el servicio. Me imaginaba a Esteban o Marcos, o como se haya hecho llamar, corriendo pasillos, escaleras arriba y abajo, al grito de "¡Una baja!", buscando alguien capacitado para convencer a un espíritu enceguecido de su error. Así fue como me llegó la voz de una mujer, conciliadora, dulce; una chica joven, una “representante” idónea y convencida de la calidad del servicio. Le comuniqué mi pedido y, otra vez, tuve que escuchar la cantinela de ofertas y promesas vanas. No quiero. No quiero nada. ¿Hay algún conocido o familiar a quien quiera transferirle el servicio? No. Me pidió entonces el número de teléfono, un celular, el número de cliente, el nombre del titular... Y ahí encontró el hilo del cual tirar la pobre paciencia que empezaba a flaquear.
“Como no es el titular, deberá enviar un mail con el asunto, el motivo por el cual, el número de cliente..”
“¿Y si es el titular el que llama?”
“También debería mandar el mail”
“Estoy llamando desde el teléfono de línea del titular. ¿Pensás que me metí en la casa del titular para dar de baja el servicio de cable?”
“De cualquier forma, para dar de baja, hay que enviar un mail”
“Entonces, es una tomada de pelo. En la boleta no dice nada sobre mails”...
En definitiva, la conversación fue larga, dura, violenta. Terminó cuando Daiana, de ella me acuerdo muy bien el nombre, respondió que cortaba la comunicación si continuaba con la agresión verbal y el griterío. Y cortó. Me hizo un favor. Ella no tiene la culpa de nada, es una empleada, la “representante” de unos hijos de puta que nunca van a dar la cara.
El titular finalmente mandó el mail. Se dio de baja el servicio y se contrató otro para lo cual hubo que conversar, también infinidad de veces, con otros “representantes”.
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