Los hombres me temen; suelo ser funesta.
Algunos me buscan y todos me encuentran.
¡Soñador despierto, rehúyes a la vida!
Una noche de insomnio pasaré a tu lado,
posaré en tus mejillas
mis frías manos.
Creerás que fue el viento
o un sueño velado.
Me llevaré tu pena,
beberé de tus labios los acordes de un dolor mundano.
Habrás olvidado.
Bocas de expendio
Digresiones
(21)
Escritos sobre la timidez
(3)
Palabrerío
(14)
Pecados
(2)
Relatos infundamentales
(14)
Viajes
(7)
martes
miércoles
Grito.
Quiero gritarle a la noche,
que se rompa su silencio
porque presiento
que tengo aún el alma enferma.
Y la noche, con su salva
de estrellas que me juzgan
distantes y frías,
recrudecen mi tormento.
Quiero oír alguna voz
que devuelva mi grito
para no sentir la soledad
tan despiadada e injusta
carcomiendo mi ánimo
en la noche gélida y oscura.
que se rompa su silencio
porque presiento
que tengo aún el alma enferma.
Y la noche, con su salva
de estrellas que me juzgan
distantes y frías,
recrudecen mi tormento.
Quiero oír alguna voz
que devuelva mi grito
para no sentir la soledad
tan despiadada e injusta
carcomiendo mi ánimo
en la noche gélida y oscura.
RÓTULOS
Palabrerío
domingo
A resguardo, entre tus brazos.
Mi cuerpo se extravía, ebrio,
preso de una turbación inexplicable.
Deseo definirlo, pero no bastan las palabras.
Entonces, rendida, me abandono
a mi pena sin esperanzas
y busco el gozo primitivo
de sentirte dominando mis venas.
Acuno mi dolor entre tus brazos,
como un ángel torturado que agoniza.
Al sentirme cerca tuyo, retirada
de esta tierra incierta y turbia,
mi fuerza se reaviva.
Y ya sin temor entrego mi mirada
a la delicadeza de tus ojos.
¡Qué insólita y fascinante delicia
sentirse acariciada por tus manos!
No sé adónde voy, ni lo que hago
y me olvido de todo admirándote.
preso de una turbación inexplicable.
Deseo definirlo, pero no bastan las palabras.
Entonces, rendida, me abandono
a mi pena sin esperanzas
y busco el gozo primitivo
de sentirte dominando mis venas.
Acuno mi dolor entre tus brazos,
como un ángel torturado que agoniza.
Al sentirme cerca tuyo, retirada
de esta tierra incierta y turbia,
mi fuerza se reaviva.
Y ya sin temor entrego mi mirada
a la delicadeza de tus ojos.
¡Qué insólita y fascinante delicia
sentirse acariciada por tus manos!
No sé adónde voy, ni lo que hago
y me olvido de todo admirándote.
RÓTULOS
Palabrerío
jueves
A Horace Fernández (fallecido en noviembre de 2007)
Los monstruos que te circundan, débiles, apestados, que no tuvieron miedo de vivir, te temen.
Sospechan su propia ruina en tus pómulos prominentes y tu cuerpo esmirriado.
La hemoglobina desteñida y la sangre de los reyes te pintan la cara.
Es la peste que carga el arma de la muerte.
Es el último período de tu vida humana, tu vejez de juventud vulnerada.
Fue el amor desmedido, el azúcar de felices bacanales.
Hoy es rictus lo que ayer satisfecha risotada-
Adiós, Horace, volveré mañana
a contemplar el lóbrego islote en el que habitas,
a descubrir en tus pupilas un tímido relámpago,
a engatusar tu miedo con inmundos engaños
a persuadirme de que son útiles mi presencia y mis manos.
Sospechan su propia ruina en tus pómulos prominentes y tu cuerpo esmirriado.
La hemoglobina desteñida y la sangre de los reyes te pintan la cara.
Es la peste que carga el arma de la muerte.
Es el último período de tu vida humana, tu vejez de juventud vulnerada.
Fue el amor desmedido, el azúcar de felices bacanales.
Hoy es rictus lo que ayer satisfecha risotada-
Adiós, Horace, volveré mañana
a contemplar el lóbrego islote en el que habitas,
a descubrir en tus pupilas un tímido relámpago,
a engatusar tu miedo con inmundos engaños
a persuadirme de que son útiles mi presencia y mis manos.
lunes
La paliza
Silvia se apoyó sobre el hombro de su padre y comenzó a llorar. El padre, magnánimo, principesco, le daba golpecitos en la cabeza, fuertes pero consoladores.
Silvia no podía hablar. Le temblaban las manos y le lloraba la nariz. Enjugaba los mocos y sus ojos parecían recordar. Así, recomenzaban sus guturales sonidos, máxima expresión de su pesar.
La madre de Silvia observaba la escena con la cara mortificada. "¿Qué estará tramando ésta ahora?", pensaba.
Silvia dejó su aureola en la camisa del padre y subió a su cuarto. Se encontraba atenazada por la duda. ¿Habría surtido efecto su actuación? ¿La importunarían ahora con preguntas que no sabría cómo responder? Tendría que inventar algo rápido y creíble para sortear el interrogatorio.
Abajo, la madre había retomado sus tareas, resentida contra el padre permisivo que no había reprimido el espíritu libertino de la hija. Pero él, compañero, amigable, se le acercó. Ella, acostumbrada a obedecer por alojamiento y comida, le preguntó si quería llevarle algo para comer.
"No me jodás", contestó, "vamos a la cocina a ver el partido".
Silvia no podía hablar. Le temblaban las manos y le lloraba la nariz. Enjugaba los mocos y sus ojos parecían recordar. Así, recomenzaban sus guturales sonidos, máxima expresión de su pesar.
La madre de Silvia observaba la escena con la cara mortificada. "¿Qué estará tramando ésta ahora?", pensaba.
Silvia dejó su aureola en la camisa del padre y subió a su cuarto. Se encontraba atenazada por la duda. ¿Habría surtido efecto su actuación? ¿La importunarían ahora con preguntas que no sabría cómo responder? Tendría que inventar algo rápido y creíble para sortear el interrogatorio.
Abajo, la madre había retomado sus tareas, resentida contra el padre permisivo que no había reprimido el espíritu libertino de la hija. Pero él, compañero, amigable, se le acercó. Ella, acostumbrada a obedecer por alojamiento y comida, le preguntó si quería llevarle algo para comer.
"No me jodás", contestó, "vamos a la cocina a ver el partido".
RÓTULOS
Relatos infundamentales
viernes
Machupichu
PERÚ
lunes
A la madre que la parió
La Diosa y Ramiro se encuentran en la calle. Ella lleva su vestido floreado de siempre. Ramiro se pone nervioso siempre que la encuentra porque la Diosa nunca dice más de lo necesario y él se queda con muchas preguntas sin responder.
Ramiro es un entusiasta, una especie de diletante que ama la observación y el conocimiento profundo de todo fenómeno.
Para la Diosa, hace años que Ramiro es tan sólo un iniciado. Por lo tanto, no merece todas las respuestas.
Caminan juntos entre un sinfín de personas que no les prestan atención.
Ramiro ya no tiene ganas de insistir y Ella se da cuenta. Quiere convencerlo de que guarda algún secreto, de que su hermetismo es una mina de oro.
Ramiro divaga, la cabeza gacha. Sus pasos se van haciendo más lentos y, sin embargo, la sigue como un perro.
A las pocas cuadras, se apodera de él una rabia inexorable y, con una bravura desconocida para su espíritu tímido, la toma del brazo: "Perdóneme, sin ánimos de ofenderla, ¡por qué no se va a la madre que la parió!".
Ramiro es un entusiasta, una especie de diletante que ama la observación y el conocimiento profundo de todo fenómeno.
Para la Diosa, hace años que Ramiro es tan sólo un iniciado. Por lo tanto, no merece todas las respuestas.
Caminan juntos entre un sinfín de personas que no les prestan atención.
Ramiro ya no tiene ganas de insistir y Ella se da cuenta. Quiere convencerlo de que guarda algún secreto, de que su hermetismo es una mina de oro.
Ramiro divaga, la cabeza gacha. Sus pasos se van haciendo más lentos y, sin embargo, la sigue como un perro.
A las pocas cuadras, se apodera de él una rabia inexorable y, con una bravura desconocida para su espíritu tímido, la toma del brazo: "Perdóneme, sin ánimos de ofenderla, ¡por qué no se va a la madre que la parió!".
RÓTULOS
Relatos infundamentales
jueves
Ser débil
¿Cuántas veces tendría que haber huido y quedé tarada?
Tengo la voluntad enclenque y el culo ensillado.
Y los brazos
más largos que las piernas.
Me doy un baño de inmersión en el mundo
y se me arrugan tanto los dedos que no siento la piel ajena.
Y el agua está tan fría que merma en seguida
la envidia de pene.
Concibo tanto desprecio en mi vientre fértil
que quito el tapón
y el mundo lánguidamente se desagota.
Debería escapar de la estulticia ajena.
Si con la propia existo a duras penas,
anclada a la bañera.
No sé hacia dónde hay que correr.
Cierro los ojos. Miro hacia dentro.
Veo todo negro.
Tengo la voluntad enclenque y el culo ensillado.
Y los brazos
más largos que las piernas.
Me doy un baño de inmersión en el mundo
y se me arrugan tanto los dedos que no siento la piel ajena.
Y el agua está tan fría que merma en seguida
la envidia de pene.
Concibo tanto desprecio en mi vientre fértil
que quito el tapón
y el mundo lánguidamente se desagota.
Debería escapar de la estulticia ajena.
Si con la propia existo a duras penas,
anclada a la bañera.
No sé hacia dónde hay que correr.
Cierro los ojos. Miro hacia dentro.
Veo todo negro.
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Palabrerío
viernes
WC
Teníamos un sistema precario de convivencia. Realmente, no había tal cosa. Mediaba entre los dos una necesidad ingente de paz. La única opción era no molestarse. Ella deseaba más que nada ser feliz y yo buscaba, impaciente, la felicidad. No generábamos discordias infructuosas, no exigíamos el tiempo del otro.
Y, con el paso de los días, la relación se emparejó. Y la pareja se transformó en un amor sin huella. Y del amor a la compañía inexorable.
La necesidad vital de rozarla en las noches. La necesidad imperiosa de buscarle las manos entre la gente. De chocar mi mirada con la de ella para sentir que alguien me reconcía y deseaba mis propios anhelos.
Ni pasión letal, ni brusco enamoramiento; sino un amor tenue, paciente, cual pájaro carpintero, y perdónenme la comparación.
Y, con el paso de los días, la relación se emparejó. Y la pareja se transformó en un amor sin huella. Y del amor a la compañía inexorable.
La necesidad vital de rozarla en las noches. La necesidad imperiosa de buscarle las manos entre la gente. De chocar mi mirada con la de ella para sentir que alguien me reconcía y deseaba mis propios anhelos.
Ni pasión letal, ni brusco enamoramiento; sino un amor tenue, paciente, cual pájaro carpintero, y perdónenme la comparación.
RÓTULOS
Relatos infundamentales
Los Demonios (el capítulo que Dostoievski se comió)
Shátov salió del estanque gargajeando un poco de moho y alguna que otra ranita. Sentía un espantoso dolor de cabeza; se tocó la frente y encontró el agujero. Era ancho y, evidentemente, profundo; pero, por suerte, no letal. Debería verse en un espejo.
Se preguntaba qué mamerto había atado las piedras (que, sin ayuda de ningún elemento cortante, se habían soltado apenas tocaron el lecho de aquella inmunda charca).
También le preocupaba si María Shátova ya se habría despertado y si la criatura, recién nacida, estaría chillando como un chancho.
Tendría que apresurarse porque le había dicho a María que sólo saldría por un momento.
Si bien estaba un poco mareado por el impacto, rápidamente logró orientarse y llegó a su casa. María y el pequeño dormitaban. Sólo se escuchaban los pasos de Kirílov que, como de costumbre, recorría su cuarto de un lado a otro.
Se sentó, con sumo cuidado, junto a su esposa y estuvo observándola hasta que el ruido de la tabla, por donde entraba Fedka el presidiario, lo sacó de su ensimismamiento. ¿Se le habrían agudizado los sentidos? Oyó (aunque era imposible) el murmullo de la conversación entre Kirílov y Piotr Stepánovich. Prestó atención pero no descifraba palabras.
De pronto, escuchó un disparo. Kirílov se había suicidado después de tanto pregonarlo. Y Piotr, seguramente satisfecho con los resultados, abandonó el lugar utilizando la salida del ya muerto delincuente.
Pensó que, efectivamente, los denunciaría. Shátov denunciaría al quinteto.
En ese momento, María Ignátievna le tocó el brazo y la criatura comenzó a chillar como un chancho. Ella le ordenó ásperamente que acomodara su almohada y que alzara al bebé. Y Shátov se sintió afortunado. Al verlos, María sonrió.
Shátov, por fin, era feliz. Después de tres años de abandono, otra vez tenía a su esposa; ahora era padre, aunque no biológico. Y, encima, pronto sería soplón.
Se preguntaba qué mamerto había atado las piedras (que, sin ayuda de ningún elemento cortante, se habían soltado apenas tocaron el lecho de aquella inmunda charca).
También le preocupaba si María Shátova ya se habría despertado y si la criatura, recién nacida, estaría chillando como un chancho.
Tendría que apresurarse porque le había dicho a María que sólo saldría por un momento.
Si bien estaba un poco mareado por el impacto, rápidamente logró orientarse y llegó a su casa. María y el pequeño dormitaban. Sólo se escuchaban los pasos de Kirílov que, como de costumbre, recorría su cuarto de un lado a otro.
Se sentó, con sumo cuidado, junto a su esposa y estuvo observándola hasta que el ruido de la tabla, por donde entraba Fedka el presidiario, lo sacó de su ensimismamiento. ¿Se le habrían agudizado los sentidos? Oyó (aunque era imposible) el murmullo de la conversación entre Kirílov y Piotr Stepánovich. Prestó atención pero no descifraba palabras.
De pronto, escuchó un disparo. Kirílov se había suicidado después de tanto pregonarlo. Y Piotr, seguramente satisfecho con los resultados, abandonó el lugar utilizando la salida del ya muerto delincuente.
Pensó que, efectivamente, los denunciaría. Shátov denunciaría al quinteto.
En ese momento, María Ignátievna le tocó el brazo y la criatura comenzó a chillar como un chancho. Ella le ordenó ásperamente que acomodara su almohada y que alzara al bebé. Y Shátov se sintió afortunado. Al verlos, María sonrió.
Shátov, por fin, era feliz. Después de tres años de abandono, otra vez tenía a su esposa; ahora era padre, aunque no biológico. Y, encima, pronto sería soplón.
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