sábado

Vacaciones de viejos

Villa Gesell tiene un atractivo difícil de explicar. Alguna vez, alguien me dijo que había que sentirlo más que verlo. Más allá de que me cuesta creer en esa sensibilidad, algo de eso hay. Si no, no se entiende la fascinación con que algunos la vivimos.
No deja de ser una ciudad balnearia, con su turismo avasallante y peligroso. Un poco más pretenciosa y exclusiva que la popular Mar del Plata; bastante menos paqueta que Cariló u Ostende, Villa Gesell tiene su gente, a la que uno se cruza cada verano en las calles. Y aquel que la visitó en invierno sabe que, si bien ciertas cosas cambian, la belleza sigue ahí, en las calles sinuosas, en las casas alpinas de la zona norte, en las playas enormes fuera del centro.
Sin embargo, desde hace algunos años, el fraudulento desamorado acarrea hacia la Villa el producto de su desamor. No cuidarla nos va a traer ingentes prejuicios que desconocemos. Ya fue víctima de edificios y balnearios. Ahora, son los jóvenes, esas pandillas parasitarias y destructivas que hacen añicos la belleza del lugar.
Se entiende que la juventud está a merced del disfrute inmediato y más que nunca su actitud es punk porque ni siquiera hay protesta. Los jóvenes no se quejan, ni siquiera desean divertirse, solo esperan sucumbir. O hacer que las cosas sucumban. No tienen ningún interés en recorrer calles o conocer gente. Solo esperan poder gritar, golpear, destruir.
Pleno enero es un caos y no de gente que recorre la 3 gastando plata a lo loco y alimentando la Villa que se adormecerá con el fin de la temporada. Es un caos de jóvenes que toman todo lo que pueden tomar, gritan todo lo que sus gargantas les permitan y cantan fervientes: "La concha de tu madre All Boys". Y el problema real no es este, porque uno alguna vez fue joven y entiende que deseen divertirse de una manera extrovertida, invitando incluso a aquellos que no quieren divertirse. El tema es que la jodita de los nenes destruye. Buscan todo el tiempo provocar, armar grescas, pelearse. Por cualquier motivo. Le gritan a uno que pasa con la novia: "Demasiado pan para ese salame". Y, si bien puede causar gracia, concluye por generar tristeza. Ese pibe, agitado por la bandita, queda entre la espada y la pared; entre el oprobio de ser el salame de su novia o ser el salame cagado a palos por un conjunto de boludos.
Y, además, estos mismos boludos se encargan de defenestrar a las mujeres que, en su salsa y sintiéndose divas, se exponen, ebrias de alcohol y de estrellato, a comentarios del tipo: "Adiós....pedile que te pague el slim, gorda" o "Mirá esa zanja y yo sin las botas".
La Villa se convirtió en un lugar en el que prima el descontrol de una juventud necesitada de intereses, de paz, de descubrimientos, y la falta de respeto entre ellos.
Una pena.

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Ni onomatopeyas, ni interjecciones, ni palabras hirientes, ni pedanterías. Como si fueran mi papá.